marquezina
30.10.12
6.10.12
4.10.12
18.4.12
DOS PROFETAS
DOS PROFETAS
Despertamos en esa noche sin luna. Cuando solo las hogueras de los demonios
iluminan el desierto. Son los días donde el oasis es el único
refugio. Llevamos días sin comer. Mientras los demonios nos tientan con
manjares sin par. Esperando que nos acerquemos. Para matarnos.
Cerca del alba el profeta notó algo en el aire. Un vago olor indefinible nos embriagó.
Sin darnos
cuenta nos alejamos arrastrados por aquella fragancia
irresistible.Nada temimos porque venía del lado contrario a las hogueras. Guiados por nada más que nuestro olfato avanzamos en la oscuridad hasta que repentinamente todo
ceso. El viento debió cambiar de dirección llevándose aquel aroma. ¿Cuanto avanzamos al embrujo de aquel olor? En
la oscuridad no pudimos saber cuan lejos del oasis estábamos. Solo entonces el frío
mortal nos obligó a buscar refugio.
Con el sol
en el cenit despertamos. Condenados a
vagar sin rumbo escogimos ir a cualquier lugar. Qué laberinto tan temible es el desierto.
La noche empezó a caer y entonces les vimos a
lo lejos. Las cuevas que habitan los demonios. Los que nos odian. El profeta y
yo nos miramos con la mirada de los desahuciados. Huyendo de la arena
interminable preferimos enfrentar a un demonio. Cerca de ellos siempre hay agua
y comida. Quizá era nuestro destino morir una vez saciados.
Mientras más avanzabamos hacía las cuevas aquel exquisito olor del alba anterior se hacia más penetrante
Y con el, en medio de las sombras de la cueva y el humo de una hoguera vimos danzando en un frenesí incontrolable a “eso”. La repugnancia de aquel ser nos horrorizó. Agitando sus largas garras en el aire y dando coces con sus patas apenas cubiertas de pelo dejando ver su piel blancuzca. Solo un demonio de las cuevas tiene la piel tan blanca. Donde debía haber más ojos solo había piel y pelo. De su chata boca salieron aquellas vibraciones profanando el silencio del desierto. Es la voz de los demonios que nos persiguen con solo vernos.
Y con el, en medio de las sombras de la cueva y el humo de una hoguera vimos danzando en un frenesí incontrolable a “eso”. La repugnancia de aquel ser nos horrorizó. Agitando sus largas garras en el aire y dando coces con sus patas apenas cubiertas de pelo dejando ver su piel blancuzca. Solo un demonio de las cuevas tiene la piel tan blanca. Donde debía haber más ojos solo había piel y pelo. De su chata boca salieron aquellas vibraciones profanando el silencio del desierto. Es la voz de los demonios que nos persiguen con solo vernos.
Solo
entonces aquella fragancia que frotaba en el aire ya no nos pareció irresistible.
Dudamos,
temimos. Pero seguimos avanzando. Esquivando los desvaríos y la mirada de aquel ser. Mientras sus gemidos nos martirizaban al punto de volvernos locos.
Había algo en la letanía siniestra de aquel monstruo que hacia temblar al
mismo aire y que nos producía un
terrible temor.
Bebimos de
la misma vasija donde abrevaba aquella
bestia. Ninguno de los dos se atrevió a ir por la comida cerca del fuego. La comida de donde venía aquel delicioso aroma y que resguardaba el
demonio. Nos conformamos con los restos nauseabundos regados en el piso. Hambrientos
como estábamos su hedor no nos importo. Cada
bocado era un manjar para nosotros.
Lleno de un pánico incontrolable busque con mi vista
al profeta exhortándole a huir. Y entonces vi aquellos rollos de papiro. Y encima uno abierto. Quizá el principal, quizá el primero. Seguramente
el súmmum de todos.
El profeta
apenas lo rozó, Sin entender los caracteres escritos en esa lengua. Todo lo comprendió.
Todo lo supo.
En una
fracción de tiempo. Vio las permutaciones a las que Dios se dio para crearlo todo. Y comprendiéndolas el profeta me las fue
revelando.
Y al
entenderlas fue capaz de convertirse en estrella del firmamento, en polvo de desierto, fue incluso por una
fracción de tiempo el demonio que bailaba afuera de la cueva. Fue todo menos
Dios.
Y entonces
comprendí que quizá, tentado ante todas esas revelaciones. La única herejía
posible. El único y último pecado mortal del profeta. Fue querer ser Dios. En aquel trance ninguno de los dos notó que el demonio
nos miraba lleno de ira sosteniendo en sus garras otro pergamino sagrado. Mató al profeta.
¡Yo instintivamente huí!
¡Yo instintivamente huí!
El patriarca Abraham miro
al interior de la cueva y una ola de repugnancia le invadió cuando vio posado
aquel insecto sobre los papiros recién escritos, sin pensarlo tomo un pergamino enrollado y
dio un golpe seco. Solo pudo matar a uno. Mientras el otro salía volando.
-¡Malditas
moscas!-Rezongo.
28.3.12
2.2.12
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